top of page

Andén

Febriles, latentes y brillantes eran aquellos rojizos pedazos que se esparcían en todas direcciones en aquel transitado andén.
La gente, cautivada por el divagar del tiempo entre sus rutinarias vidas, hicieron un parón, rompiendo la agenda del momento, y fueron testigos de lo ocurrido.
Con un gran y variado arsenal de gestos en sus rostros, curiosos y no curiosos, vieron como aquellos brillantes trozos se deslizaban bajo sus pies. Una pequeña niña, sin la aprobación de su madre, fue la primera que rompió su postura erguida para agacharse y recoger uno de aquellos trozos rojizos. Notó cierta calidez entre sus dedos y un sentimiento de ternura que pasó desde su mano, que sujetaba aquel pedazo informe, hasta su otra mano, que se asía firmemente la de su madre. Entonces la madre, sin razón ninguna decidió imitar aquel inocente gesto de su hija y recogió otro pedazo. A los pocos segundos, todos aquellos transeúntes y espectadores empezaron a coger trozos. Algunos cogían hasta dos o tres, pues nadie había concretado una norma de que sólo podían coger uno.
Los trenes paraban a un lado y al otro del anden, y se marchaban frustrados por no haber sido capaces de captar algún nuevo pasajero, pues todos ellos seguían llenándose las manos de aquellos rojizos trozos brillantes, como si fuera dinero caído del cielo para arreglar sus problemas económicos.
Ya con las manos llenas y los sentimientos rebosando de ternura, las personas empezaron a notar un cambio en aquello que habían recogido del suelo, y es que ese intenso color rojizo empezaba a perderse. La transparencia de los pedazos se hacía cada vez más latente, hasta que acabaron por parecerse a simples trozos de cristal roto.
La ternura desapareció con el color. Las personas vaciaron sus manos e intentaron retomar lo mejor que pudieron su rutinaria existencia. Los trenes empezaron a llenarse nuevamente de gente. Algo había sucedido en aquel andén, pero ya a nadie le importaba.
Con el corazón roto y esparcido por el andén me encontraba. Solo. Borré el camino que las lágrimas crearon en mis mejillas. Y me refugié sin esperanzas en un abarrotado vagón, junto a la barata compañía de aquellos que sin ternura acompañaron en cauteloso silencio, hasta la siguiente parada, a este creador de sueños incumplidos.

bottom of page