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Días

Igual que tantos días, aunque este no era uno de tantos, ella siempre despejaba su mente, rompiendo el silencio de su hogar, al abrir la ventana. Desde la sexta planta, en la que se encontraba, escrutaba el dominio urbano, hasta donde le dejaban ver sus ojos, mientras el incesante ruido de la ciudad llenaba la habitación con algo parecido a un susurro indescifrable, un susurro que era capaz de eclipsar los sonidos de su llanto.
Otra multa, decía, mientras veía como la infracción era castigada con un simple papel puesto en un parabrisas. Siempre pensaba que le parecía injusto castigar a la gente por minucias como esa, por el simple hecho de querer ser una persona urbana. Y mientras lo pensaba perdía otra lágrima, que se precipitaba, como un suicida, desde la sexta planta, para terminar en la acera con un sonido sordo.
Y ella seguía mirando por su ventana.
Sus cejas se fruncieron con cierto interés al ver a sus dos vecinas hablar apasionadamente, y le era imposible no preguntarse a si misma, Será que están hablando de mí, pero al instante también se respondía, No, es imposible, seguro que están entretenidas hablando de la joven de la cuarta planta. Y nuevamente otra lágrima se escapó de su mirada.
Esta vez la hipnotizó el azul del cielo que, mientras bajaba la vista hacia los edificios, se enturbiaba con la densa nube de contaminación. Hace mucho tiempo que no llueve, pensó ella, y mientras otra lágrima rodaba por su mejilla para luego perderse en el vacío, añadió en voz alta, Nos vendría bien algo de lluvia, y en ese momento el corazón se le destrozó. 
Y como este era un día distinto, en el que cualquier cosa podría pasar, incluso en el sitio en el que nunca sucedía nada, en aquel callejón que parecía que, por su abandono completo, la gente huía de él, y nunca se escuchaban historias, aunque sean insignificantes, que hubieran ocurrido ahí, hoy pasaba algo. Ella observó como una joven se acercaba a un mendigo, que llevaba horas sentado entre las oscuras paredes, y extendía su mano para tocarlo y llamar su atención, pero él no se movía.
Y desde lo alto de la sexta planta, mientras sentía como otra lágrima caía, ella pensó, Otro muerto, entonces decidió cerrar la ventana y el silencio volvió a su hogar.
Secándose las pocas lágrimas que le quedaban se acercó hacia el teléfono, marcó el número de emergencias y esperó a escuchar la voz de una persona, algo que llevaba sin escuchar desde hace horas, desde que empezó a llorar. En cuanto la persona al otro lado de la línea se identificó, ella, sin ninguna prisa, como si ya no se pudiera hacer nada, dijo, Creo que hay alguien muerto, Dónde hay alguien muerto, preguntó sin ningún asombro la fría voz del cansado operador. Y como si le costara decirlo, como si las palabras que tenía que decir fueran las más tristes que nunca había pronunciado y que nunca hubiera querido pronunciar, suspiró entre sollozos y dijo, En el callejón que está en frente de mi casa, Dígame su dirección y enviaremos una ambulancia, Mejor envíen dos, mi marido también ha muerto hace unas horas.
Y el silencio se hizo al otro lado de la línea.

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