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Tiempo

Y hubo un momento (si es que existían los momentos) en que nació el tiempo sin querer. Y sin quererlo pasó por todas partes. Por aquí, por allá e incluso por las cocinas, un sitio muy necesario por donde debe pasar el tiempo, de lo contrario en los comedores todo se serviría crudo. 
Y fue en una cocina cuando, con mucha frecuencia, la mirada de la experiencia se cruzaba con la expenctante mirada de la inocencia. Nieta y abuela pasaban sus mañanas compartiendo los desayunos.
La curiosidad de la pequeña sobre todo lo que había y hacía su abuela en ese gran micro cosmos, lleno de bártulos, aromas y sabores, provocaba una gran marea de preguntas, una detrás de otra. Su abuela respondía a todas las inquietudes de la pequeña, y en cada una lo hacía con una sonrisa de orgullo pensando que su nieta algún día llegaría muy lejos. 
Cada mañana la pequeña tenía un gran arsenal de preguntas que formulaba con una dulzura que encandilaba a su abuela. Pero había una pregunta que nunca hacía porque desde la primera mañana, en que las dos decidieron forjar su ritual diario, su abuela se lo explicó con una claridad de ensueño que la pequeña era incapaz de olvidarlo.
-Sabes qué es el azúcar, ¿Verdad?
-Sí, está muy rica -dijo la pequeña con los ojos muy abiertos mientras su abuela le mostraba aquel tarro lleno de rica azúcar. 
-Así es, el azúcar es muy dulce y sirve para endulzar las cosas -dijo la abuela mientras empezaba a echar un poco de azúcar en el tazón de cereales de su nieta-. Pero para que no pierda su dulzura tienes que cantar una canción mientras la mezclas con lo que quieras endulzar.
Y la abuela empezó a cantar una simple y corta canción que hablaba del amor y del azúcar. La melodía se plasmó en la pequeña de inmediato, y con ilusión tomó su cuchara y empezó a remover sus cereales mientras cantaba la canción y hacía que su desayuno fuera más dulce. Y así, mañana tras mañana, en aquella cocina se escuchaba la misma canción. 
Y el tiempo pasó. Aquel tiempo inconsciente que carece del sentido de la tristeza y la alegría: tristeza de una nieta al perder a su abuela y alegría de la misma nieta, que hecha toda una mujer, traía al mundo a otra pequeña a la que podría enseñarle todo lo que su abuela le dejó de herencia.
Y ahí estaban, madre e hija, desayunando. La cocina era distinta pero todas las mañanas se escuchaba una dulce melodía.
-Mamá, ¿Por qué siempre cantas esa canción?
-No lo sé, hija, puede que la haya escuchado en la radio o en la televisión, será eso.
Y las dos, madre e hija, sin darle mayor importancia, ni sabiendo para qué servía aquella canción, siguieron cantándola mientras desayunaban.
Entonces el inconsciente tiempo tomó consciencia y por primera vez pensó. Y lo que pensó fue que puede que haya cosas que únicamente sepan las abuelas. Y se sintió feliz, pues a las abuelas las creaba él, a las abuelas las creaba el tiempo.

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